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El origen de este pueblo probablemente proviene del norte europeo, aunque varios expertos consideran que fue el resultado de una fusión entre la cultura autóctona indoeuropea hispánica pre celta y la céltica.
Dicho pueblo fue uno de los primeros pueblos celtas de la península del que se conoce el significado de su etimología. Vetones y lusitanos debieron tener un origen ancestral común y muy antiguo, de ahí que ambas comunidades estuviesen muy unidas por lazos ancestrales muy estrecho, hasta el punto de que el propio Viriato fue Rey de lusitanos y vetones.

Ambos pueblos, aunque diferenciados, siempre estuvieron hermanados y ancestralmente unidos, llegando incluso a casarse entre ellos y compartir lazos de sangre, religión y lengua, y a guerrear unidos frente a sus enemigos propios o comunes.
El castro de El Raso, es un ejemplo de su arquitectura fortificada, con murallas y viviendas adosadas. Además, los verracos, esculturas zoomorfas de toros, son un símbolo de su identidad.
Este pueblo prerromano dejó su huella en las tierras de Ávila, siendo su capital bautizada doblemente por los romanos, como Abula y Oppídum o ciudad de los vetones.

Es un dato que dice mucho de la hegemonía de esta tribu emparentada con los celtas, no sólo en la provincia de Ávila sino también en los dominios de las actuales Salamanca, Cáceres, Zamora o Toledo. Asentados entre el Duero y el Tajo, en Ávila dejaron ricos testimonios de su existencia.
Este pueblo prerromano habitaba en Ávila hace 2.500 años y sin duda ha contribuido a formar lo que hoy en día es una ciudad Patrimonio de la Humanidad.
Los vetones vivían en castros amurallados ubicados en zonas estratégicas para la defensa. Sus construcciones en piedra sólo tenían una planta y techos de madera, barro o ramas. Era un pueblo guerrero, aunque dedicado a la ganadería y al cultivo de cereales en los campos colindantes. Profundamente religiosos y estrechamente vinculados con la naturaleza, adoraban al sol, a la luna y a los animales. En sus ritos funerarios, incineraban a sus muertos y los enterraban en sus necrópolis con objetos como vasijas, armas, u otros objetos vinculados con la vida del difunto.

En la segunda mitad del V a.C. los castros fueron fortificados con murallas, coincidiendo con una época más próspera y relaciones comerciales con otros pueblos a través de una ruta prehistórica que sería el germen de la romana Vía de la Plata. Los vetones se relacionaban con otros pueblos como los vacceos que vivían al norte, los carpetanos al este, los oretanos, túrdulos y célticos al sur, y los lusitanos al oeste.
Al igual que otros pueblos prerromanos, los vetones encontraban en la cultura megalítica su forma de expresión. El símbolo más popular y original del arte vetón son los verracos, toscas esculturas en piedra de toros y cerdos, dedicadas a la magia protectora.

Algunos se conservan junto a los castros, en sus ubicaciones originales, otros han visto crecer ciudades a su alrededor o han sido desplazados para ornamentar monumentos de posterior factura.
En el camino de Toledo, se encuentra el conjunto de los Toros de Guisando, cuatro representaciones de toros de grandes dimensiones colocadas en un prado en el municipio de El Tiemblo. Labradas en granito, las cuatro figuras miran hacia el oeste y algunas presentan cavidades para insertar los cuernos. Su factura data de los siglos IV-III a.C., aunque una de ellas muestra en el lomo una inscripción romana.
Los vetones limitaban con los pueblos vacceos al norte, con los astures al noroeste, al este con los carpetanos, al sur con los oretanos, túrdulos y célticos y al oeste con los lusitanos, pueblo muy unido y hermanado original y ancestralmente, compartiendo probablemente cultura, religión, lengua, costumbre y a veces incluso territorios.
Su cultura se caracterizó por su carácter guerrero, ecuestre y ganadero. Las diferentes comunidades vetonas estaban dirigidas por una «estratocracia» que controlaba los recursos, en particular el ganado. Construyeron asentamientos defensivos en zonas elevadas; algunos ejemplos que han llegado a nuestros días son los castros u oppida de Ulaca, El Raso, Sanchorreja, Las Cogotas o el de Mesa de Miranda.

La construcción de murallas de los castros salmantinos y abulenses en la segunda mitad del siglo V a. C. denota un incremento de la riqueza y los recursos de la comunidad, necesarios para hacer frente al coste económico y humano de la edificación de dichas defensas. En este aumento de la riqueza debieron jugar un gran papel los os con sociedades más avanzadas del sur de la península ibérica y la influencia de los pueblos colonizadores, con quienes se realizaban intercambios a través de una ruta prehistórica que luego dará origen a la Vía de la Plata. Si bien es también conocido que vetones y lusitanos efectuaban incursiones a las ciudades de la Bética, incluso llegando a cruzar al norte de África en sus incursiones guerreras y de rapiña.
En torno al 500-400 a C. se produjo un cambio profundo en el interior de la península. La puesta en práctica de nuevas tecnologías agrícolas que llevan hacia una deforestación, conversión de zonas de bosque en pastos y campos para el cultivo, que provocó que los asentamientos fuesen más grandes y de ocupación más prolongada, además de un crecimiento demográfico y una mayor jerarquización social.

El cambio de las prácticas agrícolas, el aumento de la producción y la acumulación de riqueza repercutió en las redes de intercambio y en los os regionales. La aparición de posibles invasores hace que se empiecen a construir murallas, torres, fosos; estos poblados fortificados se denominan genéricamente «castros».
Con la llegada de Roma los vetones, como el resto de las culturas de la península, sufrieron cambios a lo largo de la conquista romana. Estos cambios se observan a principios del siglo II a. C. y se aprecian claramente en la arquitectura y en el trazado de algunos poblados.
Las murallas que se van construyendo tienen sillares angulosos y de gran tamaño, de arquitectura ciclópea. Aparecen torres de planta cuadrad, puertas en embudo, y diversos recursos defensivos contra la infantería y la caballería, como grandes fosos, hileras de piedras afiladas dispuestas frente a los muros para entorpecer y dificultar los asaltos a las poblaciones.
También aumenta la superficie ocupada de los poblados, como en Las Cogotas o Salamanca, y se fundan otros nuevos, como El Raso. Se observa que existen jerarquías entre ellos, y los poblados que son más importantes: se organizan en barrios, talleres, zonas de santuario, mercados. Estos poblados fortificados de la Segunda Edad del Hierro reciben el nombre de Oppida, palabra que empezó a usar Julio César para los grandes asentamientos de la Galia.
Las prospecciones y excavaciones arqueológicas llevadas a cabo han permitido observar que en estos poblados vivió mucha gente en viviendas, talleres y otros posibles edificios públicos repartidos por calles, ya planificados.
Se podría pensar que gracias a la influencia de Roma la sociedad vetona se fue convirtiendo en una sociedad urbana. Sin embargo, nunca perdieron sus costumbres militares y guerreras, su fama como hábiles jinetes, unida a las tácticas de guerrillas, provocaron grandes estragos en los ejércitos de Roma, tomando buena nota de estos.
En esos años, llegan objetos romanos, como vajillas para el consumo del vino, aceite y telas, y es posible que los materiales romanos de los yacimientos como Salamanca, Toro, Coca, Las Cogotas, La Mesa de Miranda o El Raso de Candeleda sean de esta época.
Supuso un gran impacto de tipo económico, lo cual podría hacer pensar que el desarrollo de los Oppida fue impulsado por esta necesidad de relación y defensa con Roma. No se debe pensar que fue Roma la impulsora de este fenómeno, ya que desde el siglo VI a. C. hay pruebas del proceso que desembocará en los centros urbanos. Quizás las influencias que recibieran a través de la Vía de la Plata y oír o llegar a conocer formas de vida urbana al final de ella misma, en los asentamientos púnicos y griegos a ambos lados del estrecho, ya les habrían indicado o marcado la dirección a seguir. Es en tiempos púnicos cuando Aníbal recorre la meseta en busca de pactos y hombres mercenarios con los que iniciar la campaña contra Roma, nutriéndose de la caballería vetona entre las huestes que asediaron Roma.
En artesanía y metalurgia, la producción de hierro, fundición del bronce, fabricación de cerámica, tejidos, talla en piedra, la producción agrícola y ganadera, más el almacenamiento de alimentos a gran escala, además de los ajuares de las necrópolis y de las relaciones comerciales e intercambio de productos a larga distancia permiten hablar de una creciente industrialización de los poblados vetones, generaciones antes de la llegada de Roma.
La demanda del mundo romano en la península ibérica aceleró el proceso. Es ahora cuando se generaliza el uso de la cerámica a torno y su producción a gran escala, lo que debía exigir la dedicación de artesanos a tiempo completo sin dedicarse a tareas de subsistencia, como la agricultura o la ganadería. Se observa la paulatina desaparición de la cerámica a mano peinada y la aparición de talleres alfareros en los castros, como el taller de Las Cogotas.
Los motivos están pintados, en forma de bandas, líneas onduladas, meandros, motivos de cestería y círculos y semicírculos concéntricos. El material fue homogeneizándose en todo el territorio en el transcurso de estos siglos.
En la metalurgia se encuentra una gran destreza en la forja de espadas de doble filo, en una época en la que la mayoría de ejércitos de la época utilizaban armas de un solo filo, siendo una gran innovación en las técnicas de forja, y una terrible arma para los Romanos que adoptaron la espada celtíbera, siendo junto a la falcata ibera las dos armas más revolucionarias de la época.
En orfebrería crean magníficas piezas de joyería como fíbulas de simbología ecuestre como torques, virias, brazaletes y un largo etc.
Bajo istración romana, en el año 61 a C., Julio César fue nombrado gobernador de la Hispania Ulterior y, con el pretexto de erradicar las rapiñas Y las incursiones de vetones y lusitanos que traían inseguridad y inestabilidad constante a las poblaciones de la vetica, tras la muerte de Viriato y las largas guerras celtiberas y lusitanas, así como los pactos posteriores de no agresión con Roma hizo que la población abandonase los poblados fortificados y bajase al llano, mediante actuaciones militares entre el Duero y el Tajo. Además, prohibió la construcción de fortalezas. Así mismo Julio César vio la efectividad y versatilidad de los jinetes vetones llegando a crear unidades de caballería vetonas muy afamadas y reconocidas siendo estos asimilados e incluidos en el ejército de Roma.
Este hecho modificó notablemente la organización del territorio. Los habitantes de los castros optaron por diferentes soluciones; unos siguieron funcionando como pequeños núcleos, llegando incluso a adquirir estatutos municipales con el tiempo.
El abandono de los poblados se debió más bien a la propia iniciativa indígena, pues no se han hallado procesos belicosos, como quema de poblados, sino abandonos pacíficos, llevado a cabo por pactos políticos con Roma tras las guerras celtíberas puesto que Roma vería como muy beneficioso incluir a los vetones en sus unidades de caballería en vez de la sumisión violenta y la esclavitud, no sin antes librar una larga y costosa guerra con los celtiberos de la meseta superior, conocidas como guerras de la celtiberia, lusitanas, o sertorianas. Según la época, guerras que duraron más de 200 años.
Esta etnia fuera de las más belicosas y contrarias a Roma, en un principio y tras el asesinato de Viriato el silencio de las fuentes parece corroborarlo. Quizá buscasen mejores lugares de asentamiento de acuerdo con los intereses romanos, valorando los recursos agrícolas, mineros, ganaderos, estratégicos como vías de comunicación y ciudades, todo ello controlado por el ejército, que prefiguraría la situación altoimperial.
La estrategia ya empezó en el siglo II a. C. Por entonces los núcleos de población, como Las Cogotas, La Mesa de Miranda o Ulaca, comenzaron a despoblarse, como lo demuestra el que apenas se hayan encontrado materiales romanos en su interior. La población debió trasladarse a la vega, probablemente al lugar que hoy ocupa Ávila, que tiene una aparente semejanza con la ciudad vetona de Óbila invicta de Ptolomeo, pero no existen pruebas concluyentes al respecto.

Tras las guerras celtiberas, una vez pacificados los vetones formaron parte muy activa del ejército romano en la conquista de Britannia, siendo muchos de ellos recompensados no solo con la ciudadanía Romana, incluso siendo incorporados a la orden ecuestre la segunda en importancia en la elite social Romana de provincias. Tras la conquista y pacificación de la meseta los vetones fueron asimilando las costumbres Romanas hasta completarse la romanización de Hispania, los vetones adoptaron las costumbres y creencias Romanas si bien siguieron adorando a sus antiguas deidades como Endovelico y otras deidades y continuaron utilizando los verracos y toros de piedra en sus sepulturas hasta la introducción del cristianismo. Es cuando la cultura vetónica se diluye en el tiempo, el territorio de los vetones se convierte en región istrativa propia bajo el alto imperio y pasa a denominarse Vetonia, con entidad histórica y cultural por sí misma.
Anteriormente, a los muertos se les inhumaba, es decir, se les enterraba sin incinerar. También se dan cambios relacionados con los lugares de vivienda, los poblados, se da el desarrollo generalizado de la metalurgia del hierro y la adopción del torno industrial de alfarero, para producir la cerámica anaranjada y pintada tan característica.
Una de las manifestaciones artísticas de los vetones son los verracos, esculturas de toros y cerdos, e incluso en algunas ocasiones, jabalíes, que se hallan esparcidas por todo el territorio que se supone la Vetonia. La función de estas esculturas ha sido muy debatida, y puede tratarse tanto de monumentos conmemorativos de victorias, como tener significados mágicos y religiosos de protección y reproducción del ganado.

Estas esculturas pudieron tener un valor económico, ya que la mayoría de las que se conservan in situ, excepto las que están en poblados, se localizan cerca de buenos prados, pastizales, puntos de agua, además de estar ubicadas en lugares con muy buena visibilidad. Quizá pudieron funcionar como señalización de buenos pastos, recursos como agua. Para entender mejor esta explicación se debe tener en cuenta el gran coste que supondría para estas sociedades la realización de las esculturas, tanto el esculpirlas como el colocarlas, por ejemplo, una de ellas, la de Villanueva del Campillo, es de unas dimensiones excepcionales, unos 2,50 m de largo por 2,43 m de alto.
Es de destacar el papel preponderante que jugaron los caballos dentro de la sociedad vetona, como ayuda en el pastoreo de ganado.
Con respecto al territorio ocupado por los vetones los últimos estudios coinciden en situar la frontera occidental de este pueblo en el río Coa, afluente del Duero por su margen izquierda, que transcurre paralelo al río Águeda y por la actual frontera con Portugal, en su afluente Ribeira de Toures. Por otra parte, la frontera oriental debió ser la que hoy en día forma la línea que comenzando en Talavera de la Reina pasa por El Casar de Escalona, Maqueda y sigue hasta Ávila (en todos los casos anteriores en el margen izquierdo). No es casual que dentro de este ámbito geográfico haya tenido lugar el reciente descubrimiento del imponente asentamiento de Canto-Los Hierros eco, en gran medida, del control sobre la estratégica travesía homónima que conectaba las mesetas entre los principales vados de los ríos Tajo y Duero.
Al revés de lo que ocurría con las fronteras geopolíticas y de influencia de las tribus prerromanas, muy cambiantes en la antigüedad, aquí están perfectamente delimitadas por los cañones y gargantas denominadas arribes en el oeste de las actuales provincias de Salamanca y Zamora.

La frontera quedaba así delimitada con astures al otro lado del Duero y desde la desembocadura del Tormes más allá de Salamanca, y con los lusitanos al oeste, al otro lado del río Coa, remontando este hasta el sur para describir una línea al sur de Ciudad Rodrigo hasta la sierra de Gata. Continúa hacia el suroeste por el valle del Eljas hasta su desembocadura en el Tajo, más o menos siguiendo la actual línea fronteriza entre la provincia de Cáceres y Portugal.
Los límites meridionales de Vetonia, pudiendieron llegar hasta el Guadiana, pues cerca de este río se han descubierto también verracos. Todos los castros vetones situados al norte del Guadiana tienen la misma estructura defensiva y los materiales de sus necrópolis son idénticos a los encontrados en los castros de la provincia de Ávila.
Los castros se solían emplazarse en lugares elevados y de difícil junto a fuentes de agua y vías de comunicación. En otras ocasiones aparecen en zonas llanas en suelos de vocación agrícola, aunque la mayoría buscan la defensa de la altura.
Las puertas son relativamente homogéneas y responden a dos esquemas: en embudo y en esviaje. Las configuraciones en embudo se forman cuando los dos lienzos de la muralla se curvan hacia el interior, apareciendo un callejón en embudo, como en Las Cogotas, La Coraja o El Raso. En la configuración en esviaje los tramos de muralla se sobreponen y los dos lienzos adoptan una situación paralela dejando un espacio libre entre ellas para pasar.

En ocasiones encontramos frente a la muralla fosos, y mucho más habituales son los campos de piedras hincadas, campos sembrados de piedras puntiagudas, colocadas en las zonas más vulnerables y accesibles de los poblados. Unos autores opinan que servían para impedir los ataques de caballería y otros, sin embargo, para dificultar el a pie. Este sistema se extiende desde el noreste de la península ibérica y el núcleo soriano hasta la meseta occidental y el noroeste.
El interior de los recintos fortificados responde a un intento de zonificación, y su organización interna estaba condicionada por los afloramientos de granito. En algunos yacimientos se observan barrios de la élite y otros más pobres al contrastar los ajuares domésticos encontrados en las excavaciones. En muchos castros se han hallado viviendas fuera de las murallas; son los llamados barrios extramuros en muchos de los poblados. Esto indica que las murallas no suponían momentos de peligro o inestabilidad.
Las necrópolis de estos castros se han encontrado muchas tumbas que muestran la importancia de los guerreros en la cultura vetona. El ritual funerario se basó exclusivamente en la cremación del cadáver, y en el depósito de los restos en la tierra con urna cineraria o sin ella, y para algunas tumbas, la existencia de objetos tanto metálicos como de cerámica, que harían las veces de ajuar.
En Economía, la riqueza en la Segunda Edad del Hierro parece estar muy mal repartida, y debió haber muchas diferencias sociales. La estructura era piramidal, en cuyo vértice superior estaría una élite militar, que usaría el caballo y armas de lujo.
Por debajo se encontraría una base guerrera no tan rica, por su panoplia algo más sencilla. En un nivel inferior se hallaba un grupo de comerciantes y artesanos, y, por último una gran masa de gente más humilde, un 85 % de la población e incluso algunos siervos y/o esclavos. Por ejemplo, Polieno y Plutarco señalan la existencia de estos últimos en Salmantica hacia el 220 a C. La aristocracia debió desempeñar un papel importante en esta sociedad.

La ganadería era una de las actividades económicas más importantes. El ganado aportaría carne, leche, piel, cuero, huesos y asta, para instrumentos, herramientas, además de adornos. Una parte de los recintos amurallados pudieron servir como corrales de ganado, para poder protegerlos. Los restos arqueológicos sugieren que se dedicaron a varias especies, como el ganado bovino y el cerdo, y ovejas y cabras.
En cuanto a la agricultura, la existencia de yacimientos de pequeño tamaño en la Vega del río Adaja, en Ávila, podría estar hablando de pequeños asentamientos dedicados a la producción agrícola. También debieron dedicarse a la recolección de frutos silvestres y a la caza, puesto que, entre los huesos de animales hallados en los castros, hay de jabalí y de ciervo.
También se sabe que estas poblaciones tenían comercio con culturas lejanas, dado que en sus necrópolis y poblados hay objetos de lugares alejados de la península ibérica, tanto de oriente, como griegos e ibéricos.
Por ello los abulenses se vuelcan cada vez más en preservar ese legado, en acercarse a la forma de vida de sus antepasados, a sus ritos y formas de organización, a su arte, etc
Para conocer a los vetones, no hay nada mejor que acercarse a sus territorios, que rebosan magia en cada piedra de sus ruinas y muestran un importante grado de civilización.
