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sábado. 07.06.2025
LIBROS | MÚSICA

José María Loquillo Barcelona Sanz Beltrán

El quinto libro de carácter autobiográfico escrito por José María Sanz Beltrán se titula Paseo de gracia.

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@ibanezsalas |

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El quinto libro de carácter autobiográfico escrito por José María Sanz Beltrán se titula Paseo de gracia.

José María Sanz Beltrán es Loquillo, uno de los músicos españoles más destacados de las últimas cuatro décadas.

Paseo de gracia no es un gran libro, no está a la altura del majestuoso repertorio de canciones de Loquillo. Pero se lee con (cierto) agrado. También con estupor, pues hay docenas de párrafos absolutamente incomprensibles, de una cierta pretenciosidad. Lirismo inaccesible. Inaccesible para mí.

El volumen, publicado en 2025 (el año en el que Loquillo sacó uno más de sus grandiosos discos basados en poemas de otros musicados por Gabriel Sopeña, en este caso en poesías de Julio Martínez Mesanza, titulado Europa), es la culminación (por ahora) de esa serie de memorias repletas de crónica social que comenzó en 2002 con su primer libro, El chico de la bomba, y continuó con  Barcelona ciudad (2010), En las calles de Madrid (2018) y Chanel, cocaína y Dom Pérignon (2019), estas tres últimas obras fundidas ese mismo año de 2025 en el libro  Memoria de jóvenes airados.

Loquillo usa como pórtico de Paseo de Gracia una cita salida de la boca de un personaje de un programa infantil español de televisión, Los Chiripitifláuticos, emitido entre 1966 y 1974, una cita de El Capitán Tan que dice así:

         “En mis viajes por todo lo largo y ancho de este mundo”.

El lenguaje de Loquillo —capaz de hacernos leer que “alguien debería escribir sobre el instante anterior a la entrada del eterno femenino en la vida de un adolescente introvertido” — es aquí puro personaje Loquillo, imagino que más Loquillo que Sanz Beltrán, ese tipo de lenguaje en el que a nuestro artista le gusta decir(se) cosas tales que: “Aquí estoy de nuevo de paso en el purgatorio, entre el cielo y la tierra, ¡a la mierda la equidistancia!”

Que Loquillo ¾criado y crecido en el barrio barcelonés del Cot (tan protagonista de Paseo de gracia), que “no deja de ser un pueblo que sobrevive a una ciudad quemada”¾ adora improvisar lo sabemos al leer el volumen, también que Los invasores (también de los años 60) sigue siendo su serie favorita, que él fue uno de aquellos “chicos de barrio con aspiraciones, hijos de una ciudad gris que dio la espalda al mar y penó las secuelas de la Guerra Civil”, aquellos que sentían “la necesidad de formar parte de algo y de ser adoptados por una legión de inadaptados que buscan una señal, un gesto, el fogonazo: la vieja historia de siempre, el pecado, la culpa, la redención y ese poso tan anglosajón”. También que Loquillo considera que “no importa quién ostente la vara o cómo se gobierne, en Cataluña mandan los de siempre”; que vino al mundo cuando nadie le esperaba, una circunstancia que ha dejado en él “un poso de adolescente venido de otro planeta”; que es fruto del fenómeno migratorio que estimuló en Cataluña un mestizaje cultural del que dice ser “legatario y actor principal”; que cree que “el desarraigo duele más que la nostalgia” y también que en ocasiones se añora lo que nunca se tuvo; que “tenía la palabra problemas escrita en la frente”; que afirma que “no hay que itir la ofensa, te ahorras el perdón”.

         “La vida es demasiado corta para tener dudas. Tonterías, las justas.

Si te sabes más cerca del final que del principio, aprendes a tener listo el equipaje y a confiar en tu instinto cuando entiendes que el destino de vuelta tiene la costumbre de pasarse dos o tres pueblos contigo”.

La familia de José María Sanz cobra un cierto protagonismo en muchos pasajes del libro, su abuelo (“tres años de guerra, siete de exilio, campos de concentración, batallones de castigo”), Padre (originario de la localidad zaragozana de Chiprana, cuyos “pecados de juventud” quedan resumidos “en haber defendido la legalidad republicana durante la guerra de España, un amarre del que resulta imposible soltarse”), Madre (que durante su adolescencia “altiva y pandillera, istró con rigor sus grados de independencia”, pues “adivinaba con un barrido cómo se las gastaban sus amigos de guardia, quién pasaba por jefe, cuál era el listillo, dónde estaba el bocazas” y le “advirtió del riesgo de cometer acciones incorrectas y de la obligación de asumir sus consecuencias”, pero sobre todo le enseñó a José María ya niño que nadie notara que nada le afectaba) y la tía Rosita (en cuyo tocadiscos descubrió a los Beatles).

“Al finalizar la contienda, Padre cruzó la frontera con los restos de su brigada y permaneció en Francia dieciocho meses. Tras su confinamiento en los campos de BourgMadame y Argelès-sur-Mer, fue detenido y deportado a España. Trasladado al campo de concentración de Miranda de Ebro y más tarde al Miguel de Unamuno en Madrid, fue enviado al norte de África (Batallón Disciplinario n.º 94). Finalizada la condena no le quedó otra que cumplir con el servicio militar obligatorio antes de reincorporarse a la vida civil”.

En Paseo de gracia (ese recorrido brumosamente poético por una Barcelona que ya no existe ¾“una Barcelona vivida pero ya perdida, primer amor de juventud a quien de verdad entregué de verdad mi alma”¾ y un José María Sanz que quizás tampoco) abundan las referencias musicales, por supuesto, algunas de iración (a Morrissey, por ejemplo), y no faltan Springsteen, los Clash, los Stones, ni revistas de cuando aquello del Rollo como Star o Ajoblanco.

         “Se conoce a las personas cuando ya no te necesitan”.

Hay sí mucha Barcelona en Paseo de gracia, pues Barcelona es su razón de ser.

“Los jóvenes abandonan la ciudad sin idea de volver, vivir en Barcelona es un lujo imposible, la ciudad envejece y olvida su clásica transgresión, marca de fábrica generación tras generación. Los nuevos precios para turistas distorsionan el día a día de los vecinos de toda la vida, que viven con resignación la mutación gremial de nuevo cuño”.

         “Barcelona ciudad.

Todos enredados en cambiarla, en hacerla a su medida.

El convergente, el socialista, el soberanista, el chaquetero, el comunista, el traficante, el especulador, el turista, la delincuencia global, el perroflauta… Qué pereza me dan, ¡qué plastas!

Todos juntos y bien arrimaditos han pasado a formar parte del universo urbano convirtiendo BCN en lo que es hoy: un meeting point de intereses cruzados”.

Esa aristocracia altanera y equidistante impropia de alguien implicado en el mundo en el que vive. ¿O demasiado implicado? ¿Qué es Loquillo, un intelectual que reflexiona antes, durante y después de sus procesos creativos, o bien un tipo pagado de sí mismo por encima del bien y del mal? Quizás, como todos un poco, las dos cosas.

         “¿Soy un sociópata que adora estar con gente?”

¿Cuál es el eterno favorito de la ciudad de Barcelona para Loquillo (que se considera a sí mismo “barcelonés, que no catalán”)? En el título del libro juega con lo que responde a esta pregunta. En su interior la encontramos:

“El paseo de Gràcia se ha convertido de un tiempo a esta parte en mi eterno favorito de la ciudad de Barcelona. A pesar de todo lo acontecido, el paseo de Gràcia mantiene esa magia de antaño, recuerdo de una ciudad de luz, cosmopolita y a la vez crepuscular”.

Paseo de gracia acaba siendo toda una declaración de intenciones (y de actuaciones, y no me refiero a las musicales) que fijan al Loquillo de 2025, ese que ya no vive en Barcelona, respecto del llamado Procés:

         “La Condal dejó de ser y de prometer.

Vendida su independencia y deseada como ansiado botín de guerra, tuve a bien desertar al inicio de la contienda, cuando interpreté que ya no significaba nada allí donde parecía que lo iba a ser todo.

Los de la Resistencia me recriminan que no venga más a menudo a luchar contra el dragón estelado.

Lo siento, no soy vuestro hombre, respondo, no pretendo ser mártir de ninguna causa, tampoco he creado este dislate. ¡Con su pan se lo coman!”

Me siento de alguna manera identificado (solamente me roza esto, que conste) con la explicación que SanzLoquillo da de su vida adolescente y juvenil de barrio y su propio futuro, cuando dice que tuvo “las mismas opciones que el resto de la chavalería”, estando como estaba él (o yo mismo donde me crie) “en territorio deslizante”, donde se tonteaba “con la otra orilla”, aunque, eso sí, “gracias a la vida, ni somos todos iguales ni por asomo tenemos la misma suerte”. En el caso de LoquilloSanz, no se trató de ser el más listo, tampoco el más rápido o el más fuerte:

         “Esto va de tener estrella, intuición, carisma, don de gentes…”

Claro que si en algo coincido plenamente con el autor de Paseo de gracia es con su referencia a una película de De Niro y la principal conclusión que ambos extrajimos disfrutándola:

“Lorenzo (Robert De Niro) conduce un autobús mientras suelta un discurso a su hijo para que no dilapide su futuro ante la devoción que siente por Sonny (Chazz Palminteri) y los muchachos de la mafia del barrio. Todo sucede en el film Una historia del Bronx, dirigido por el propio De Niro, que añade una muesca más a mi rosario. De repente una frase que te subleva, que nunca habías escuchado dicha de otra manera, te servirá de resorte para cuando escojas el camino equivocado: No hay nada peor que el talento malgastado”.

¿Qué querrá decir uno de nuestros cantantes favoritos cuando dice esa chulada de “vivir el presente es de cobardes”?

Loquillo nos dispara casi al final lo que él llama “mi banda sonora alternativa”. Él, que aprendió de chaval a fumar un cigarrillo “como si te importara una puta mierda el mundo” y que “la apariencia lo es todo”.

Él que casi se despide en este libro con algo inquietante:

         “¿Estoy al principio o llegando al final?

         Se encienden todas las alarmas.

         Viejas heridas no terminan de sanar”.

José María Loquillo Barcelona Sanz Beltrán