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Si no fuera porque el denunciante adquirió en su momento fama de no ser muy bueno en los estudios, pensaría que la iniciativa personal de Juan Carlos de Borbón contra Miguel Ángel Revilla no es sino un intento de recuperar la honra montándose un ortopédico cantar de gesta. Tampoco me parece una idea tan disparatada, más allá de que nuestro héroe parezca sentirse más cómodo a lomos de un camello: no sólo tendrá más que asimilados los rudimentos del feudalismo francés, es que, encima, Roldán podría haber sido su sobrino, no tanto por edad sino por su empeño, sin duda optimista, por parecerse a Él (ni sic ni nada). Por lo demás, el truco silogístico está ya muy visto: la acusación pública de haberme birlado el Porsche afirma implícitamente una propiedad que, en un primer tiempo, que es concretamente aquél en que se forman las opiniones, nadie va a molestarse en investigar.
Desde luego, tiene razón Revilla cuando dice que es mezquino que un tipo que se ha hartado de exhibir obscenamente su inviolabilidad se sirva ahora de mecanismos terrenales para atacar a alguien que sí tiene la obligación de cumplir la ley. Y, por descontado, toda democracia debería comenzar por eliminar palabros como “inviolabilidad” de sus diccionarios de derecho (igual me equivoco, pero no me imagino un vademécum hablando de inmortalidad). El caso es que en la anomalía española aparece, y, habida cuenta que al monárquico-antes-que-democrático PSOE, aun teniendo clarísima su postura, le tiemblan las piernas de sólo pensar tener que posicionarse, igual cabría plantear al monarca una especie de trato: dado que la justicia no va contigo, no puedes tampoco servirte de ella; si la ley es lo único que nos une al conjunto de la ciudadanía, entonces tú te desenvuelves en un plano superior en el que no tienen cabida minucias mundanas como el honor o la dignidad.
Estamos ante una oportunidad única para desafiar las inercias antidemocráticas catalizadas alalimón por corona y derechas, quienes se han apropiado también de la libertad de expresión
En cualquier caso, esto, como imaginarán, no va de convencer a nadie: ya sé que la vida seguirá siendo para este comisionista inimputable lo que ha sido hasta ahora, esto es un videojuego al que siempre juega en modo “dios”, aunque con la diferencia, claro, de que las mujeres que consume son, en realidad, seres humanos, el dinero que nos roba no acaba en hospitales ni escuelas, los animales a los que ejecuta cobardemente sienten y padecen. Porque, fíjense bien, todas esas actividades del todo execrables, que definen hasta sus últimos días a quienes las practican, ya se llamen Juan Carlos de Borbón o, respectivamente, Joaquín Sabina, Eduardo Zaplana, Baltasar Garzón, tienen algo en común, y es que se desempeñan a costa de cosificar a otros seres, se ejecutan desprovistas de moral, como quién golpea un saco de boxeo u orina en un inodoro. Frente a ello, el repudio emerge como nuestro derecho, declinándose de él, ineludiblemente, nuestra libertad de expresarlo.
Así que sí, esto va de expresar mi repudio a un repudiado al que han dorado como a nadie la píldora sin haberle explicado un par de cosas: la primera, que haber optado por vivir plenamente su inviolabilidad y retozar ostensivamente en ella equivale a manifestarse como un ser desprovisto de moral, del que sólo se puede esperar ruindad, avaricia, infamia, por lo que es del todo improcedente que reclame nada que tenga que ver con el honor; lo segundo, que, técnicamente, la monarquía sólo contribuye a la forma de estado, por lo que no tiene por qué inmiscuirse en su contenido. Podrías, pues, haberte ahorrado pregonar ejemplaridad asentado en la indecencia y, de ese modo, injuriarnos. Porque tu comportamiento todas estas décadas, quédate al menos con eso, ha sido una injuria constante para cualquiera que se defina como demócrata, y tenemos derecho a defendernos: aunque sea a base de descripciones de la corona como reacción a tus injurias a la ciudadanía.
Que un tenedor de demandas de paternidad pretenda ahora erigirse en promotor destacado de UNICEF podría tener gracia si el problema no tuviera el calado que en realidad tiene. El problema no es otro que el de la libertad de expresión fuera de los contornos que establece la antidemocrática derecha de este país. Ya se sabe que la tal Peralta puede exhibir impunemente saludos nazis, que al ataúd del misericordioso (al menos con Puig Antich) suegro de Gallardón se le puede cantar el cara al sol con cara de consternación, que al valle de los caídos no se le puede dinamitar ni en sueños, o que voces autorizadas de partidos políticos que capitalizan el voto del terrorista Emilio Hellín Moro (y de quienes piensan como él) se permitan espetar al presidente legítimo eso tan repugnante de “que te vote Txapote”. Es más, en España somos tan liberales que todas las apologías son toleradas menos las del terrorismo extranjero o de izquierdas, del cual además la derecha puede sacar todo el rédito que considere oportuno, obviando incluso los firmes reproches de gente del nivel de Consuelo Ordóñez.
En esa ponzoña radioactiva para la vida democrática, la corona y su entorno de derechas siempre han aprovechado para confundir su figura antagónica, la república, con las actitudes democráticas y el pensamiento de izquierdas. Por ello, no es casualidad que la persona elegida sea españolista y constitucionalista como Revilla, y no gente valiente que queda fuera de sus límites, como Nieves Concostrina o Fonsi Loaiza.
Estamos ante una oportunidad única para desafiar las inercias antidemocráticas catalizadas alalimón por corona y derechas, quienes se han apropiado también de la libertad de expresión. Los derechos no se negocian, antes bien se afirman, se ejercen, se hacen valer. Por lo que considero que lo más saludable para la democracia sería que Revilla desobedeciera y no se presentara siquiera a declarar.