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domingo. 15.06.2025
TRIBUNA DE OPINIÓN

Que unos sinvergüenzas no nos hundan la moral

Ver a líderes de la oposición revoloteando como cuervos sobre el Gobierno es una razón más para evitar la resignación.
SANTOS CERDA
Santos Cerdán. (Imagen de archivo).

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Esta semana saltó una noticia que me dejó sin aliento. Otra más. Pero esta me tocó más hondo que otras. No por lo que pueda suponer en términos políticos o judiciales —que también—, sino por lo que provoca en la conciencia de quienes hemos dedicado buena parte de nuestra vida a la política como forma de compromiso. Hablo, claro, de la información sobre Santos Cerdán y el presunto caso de corrupción que apunta directamente al corazón del PSOE.

No me escandaliza la corrupción. No soy ingenuo. Tengo 73 años y he militado durante décadas. He visto muchas cosas. He visto a algunos pasarse de listos, he visto cómo el poder corrompe a quien se acerca mal preparado, y también he visto cómo una parte del adversario político se frota las manos cada vez que un caso salpica a la izquierda. Pero no escribo esto por eso. Lo escribo por algo más íntimo: la decepción moral, el golpe al alma, el cansancio que nos entra cuando quienes deberían cuidarnos nos avergüenzan.

La izquierda tiene una obligación más alta con la coherencia, porque aspiramos a representar una esperanza

Nunca creí que ser de izquierdas otorgue una especie de título de superioridad ética. La honradez no va en el carné del partido. Pero sí creo —y seguiré creyendo— que la izquierda tiene una obligación más alta con la coherencia. Porque aspiramos a representar una esperanza. Porque muchos de nosotros venimos de familias humildes, de luchas colectivas, de años en los que la política ha sido sinónimo de dignidad. Y porque sabemos que nuestra fuerza está en nuestra conducta. Sabemos también que el descrédito no afecta solo al corrupto: salpica al proyecto, hiere a los nuestros y empuja al cinismo a los más jóvenes.

Hoy estoy triste. Y estoy enfadado. Pero no pienso regalarle mi desánimo a nadie. No voy a permitir que destruyan la fe en lo común. La política, toda —la que se hace en sindicatos, en barrios, en parlamentos, en los gobiernos, en las conversaciones y en el voto— sigue siendo una de las actividades más nobles que el ser humano puede ejercer. Lo es cuando se hace para servir, para escuchar, para transformar. Y esa política existe, está presente en el día a día, y debemos defenderla con uñas y dientes frente a aquellos que la usan como escudo para enriquecerse.

Ver hoy a algunos líderes de la oposición revoloteando como cuervos sobre el Gobierno, generalizando con pomposas expresiones teatrales y presentándose como ejemplo de honradez y buen gobierno —con la hoja de servicios que tienen, pasada y reciente— es una razón más para evitar la resignación. Porque nos quieren hartos. Quieren que confundamos al corrupto con la política, al mediocre con el militante. Pero no, no lo van a conseguir. No podemos permitirlo. Somos muchos —millones— los que no hemos militado para vernos reflejados en portadas judiciales. Hemos militado porque creemos que este mundo, con esfuerzo y honestidad, puede ser más justo.

Así que sí, esta noticia me ha sacudido. Me duele. Pero no voy a bajar la cabeza. No lo hice cuando era más joven, cuando costaba militar, cuando los nuestros eran los que estaban en el banquillo por defender derechos y no por robarlos. No lo haré ahora.

Que unos sinvergüenzas no nos hundan la moral.

Que unos sinvergüenzas no nos hundan la moral