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La polarización que experimenta la política global tiene mucho de manipulación emocional y de impostura por el poder. La ofensiva ultra atiza agravios y odios para reclutar adeptos y acumular beneficios. Su estrategia consiste en denigrar primero para expulsar después a cuanto progresista obstaculice sus objetivos de acumulación de poder y riqueza. Por las buenas o por las malas. Hay pocas ideas detrás de esto. Pero algunas hay.
De hecho, existe en el mundo de las ideas políticas un pulso latente, que apenas se expresa en términos racionales, pero que merece la pena identificar entre el ruido, los insultos y los bulos con que intentan acallarlo desde el populismo ultra. Hay muchas maneras y distintos términos para describirlo. Una de ellas consiste en distinguir lo que los ultras llaman “pensamiento woke”, de lo que el Presidente Sánchez ha denominado “pensamiento suma cero”.
El pensamiento woke o wokismo se ha convertido durante los últimos años en una referencia peyorativa con la que el populismo ultra intenta descalificar las ideas progresistas
El pensamiento woke o wokismo se ha convertido durante los últimos años en una referencia peyorativa con la que el populismo ultra intenta descalificar las ideas progresistas. El término nació en Estados Unidos entre quienes luchan contra el racismo que sufre buena parte de la población de color. Se trataba de despertar y alertar a la población (wake up) frente a la regresión racista en aquel país. Pronto, lo que llaman pensamiento woke fue asumiendo otras batallas en defensa de la justicia social, del “Black Lives Matter” al “MeToo” contra la violencia machista, frente a la pobreza y la exclusión social, en el combate al cambio climático, en la defensa de la diversidad sexual o por la paz en Gaza, por poner varios ejemplos.
Por tanto, el descalificativo woke es, en realidad, una referencia legítima e interesante para muchas de las luchas de la izquierda en el mundo. Como ha ocurrido en tantas ocasiones, los intentos de descalificación por parte de nuestros adversarios políticos puede convertirse en un activo potente para reafirmarnos y promover las ideas de progreso y justicia social.
El día en el que el Presidente estadounidense Donald Trump puso en marcha el programa de aranceles con el que amenazaba al mundo con recesión, paro y pobreza, nuestro Presidente Sánchez respondía con toda una estrategia para la protección de los intereses de empresas, trabajadores y ciudadanía en España. Para contextualizar su iniciativa, el Presidente español planteó una reflexión en torno al pensamiento “suma cero”, que situaba tras la ofensiva arancelaria de la istración Trump.
Quienes abrazan este pensamiento entienden que la vida política consiste en una batalla permanente y cruenta en la que las ganancias de unos equivalen necesariamente a las pérdidas de los demás. Si el otro gana es que tú estás perdiendo. La consecuencia lógica lleva a procurar a toda costa que los demás pierdan, en defensa propia.
El mundo no es una suma cero, en la que solo ganas si los demás pierden. O no debería serlo
Para los pensadores de la suma cero, si los migrantes logran vivir bien, es que los nativos van a vivir mal. Cuando mejoran las condiciones laborales de los trabajadores, pierden los empresarios. Si mejoran los sueldos, la economía entrará en recesión. Si las pensiones suben, quebrará la Seguridad Social. Si los impuestos financian el Estado de Bienestar, se arruinarán los impositores y cotizantes. Si avanza la lucha contra el cambio climático, el declive económico está asegurado. Cuando las mujeres ganan derechos, los pierden los hombres. Si la prosperidad llega a los otros, la pobreza alcanza a los nuestros.
Es mentira, claro. Pero se trata de un pensamiento primario y, como tal, convence a algunas personas de buena voluntad. Fomenta el egoísmo y los instintos más bajos, pero funciona. Es puramente emocional y prescinde de fundamentos racionales, pero funciona. Deteriora la calidad de la democracia y la convivencia, pero funciona. Señala injustamente a falsos culpables, pero funciona.
La historia y la experiencia nos enseñan que el desarrollo económico, como el desarrollo social y el desarrollo democrático, se alcanzan antes y mejor a partir de valores de solidaridad y justicia, desde la cooperación y la colaboración. La ciencia y los datos demuestran que nada bueno se ha construido nunca desde la insolidaridad, las discriminaciones y el rencor. Como aseguró Pedro Sánchez, las sociedades ganan cuando se abren y pierden cuando se cierran, a los demás, al progreso, al futuro.
El mundo avanzó en prosperidad, en bienestar y en desarrollo humano con los valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad, con la generalización de la democracia, con los Estados de Bienestar, con el multilateralismo, con el Derecho Internacional, y con el libre comercio.
El mundo no es una suma cero, en la que solo ganas si los demás pierden. O no debería serlo.