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viernes. 13.06.2025
CRÓNICAS DEL DESEMPLEO III

Crónicas del desempleo. El cuchillo del turrón

Toda persona de clase obrera –si trabajas para comer eres clase obrera, también en adosado con piscina- tiene un cuchillo del turrón, un guindo del que caerse en determinado momento de la vida.
trabajador

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En casa de mis padres, uno de los momentos mágicos navideños, para mí, era la aparición en la cocina del cuchillo del turrón. Un cuchillo desmesuradamente largo y de hoja estrecha, que mi padre afilaba con una de esas piedras con forma de huso y que anticipaba la almendra untuosa, la yema crujiente, el chocolate y el coco prensado, que, itámoslo, solo se comía él. Muchos años después, más de veinte, mis hermanos y yo vinimos a descubrir que el cuchillo del turrón en realidad era un cuchillo jamonero. Es fácil atar cabos. En mi casa de clase obrera con posibilidades, mis padres nos habían puesto ortodoncia, gafas o plantillas cuando había sido necesario; nos habían llevado al cine con el abrigo de los domingos; nos habían comprado libros y habían puesto música en el plato del salón un día sí y otro también. El jamón, en todo su esplendor carnívoro, con la pezuña al final del sueño veteado, no fue nunca una prioridad.

Dirigir cualquier tipo de negocio te sitúa en una situación de poder y hay que ser consciente de ello para no incurrir en abusos

Tal vez por eso, cuando me planteé, hace ya muchos años, montar una empresa con una amiga, una de mis prioridades fue siempre que tuviéramos un comportamiento ético en la contratación, la relación laboral y el despido, si este fuera necesario. Para ello busqué en Internet manuales de buenas prácticas, porque había sufrido bastantes experiencias de mala praxis en mis propias carnes y tenía claro lo que no quería ser; pero no soy psicóloga ni abogada, y me pareció importante formarnos para no herir. Da igual lo bien que quieras hacerlo, dirigir cualquier tipo de negocio te sitúa en una situación de poder y hay que ser consciente de ello para no incurrir en abusos, aunque no sean premeditados ni conscientes. Hay mucho material en Internet, así que descargué mucha información, hablé con mi sindicato, con una asesoría y escribí un documento que guiara nuestras relaciones laborales más allá de la buena intención. Todas las empresas deberían tener algo así y cumplirlo. Nuestra empresa era una escuela y ¿cómo vas a educar en valores que respeten los derechos humanos mientras tus relaciones laborales no lo hacen? Durante el tiempo que estuve en el proyecto todo esto se cumplió; espero que siga siendo así, si no lo es, habrá perdido todo su sentido.

Pero no es lo habitual. Pasa a menudo -hablo de la enseñanza concertada, que es lo que mejor conozco, de primera mano o porque la mayoría de mis amigos son profesores en diferentes etapas educativas- que, para cubrir una excedencia de curso completo, te despidan antes de Navidad y te recontraten después, para despedirte antes de Semana Santa y recontratarte después; que, recién salida del máster de enseñanza y sin experiencia, te den un grupo flexible, con alumnos en una situación emocional, familiar, afectiva y social muy complicada y con dificultades de aprendizaje, para el que no estás preparada; que la dirección pedagógica del centro no te apoye, no ya en tu relación con las familias, sino dando pábulo a mentiras y mezquindades de algún colega profesional; que, colegios grandes incumplan el Estatuto de los Trabajadores, no teniendo Comité de Empresa; que sea el colegio quien designe representantes sindicales y los afilie a determinadas formaciones que parecen una rémora de los sindicatos verticales –ese oxímoron franquista-, para copar el Comité de Empresa; que te griten en un despacho, te amenacen, te coaccionen hasta hacerte llorar; que te den tu horario para que lo firmes en blanco; que te despidan con un buró fax en mitad del verano, por haber estado de baja, intentando que cuele como despido disciplinario sin base ninguna, para no reconocer el despido improcedente y no tener que reitirte ni pagarte según lo que prescribe la ley. La lista es más larga, pero ya me han entendido.

Un cargo cualquiera, en cualquier trabajo, debería ser un servicio llevado a cabo con respeto por las personas con las que se trabaja; cuánto más en una institución educativa. Pero, como decía mi abuelo, le das a alguien una gorra de plato y un pito… Es doloroso en todos los casos, aunque a mí me duelen especialmente los desclasados.

Toda persona de clase obrera –si trabajas para comer eres clase obrera, también en adosado con piscina- tiene un cuchillo del turrón, un guindo del que caerse en determinado momento de la vida, para descubrir que hay otros mundos más fáciles, con más vacaciones o en lugares más exóticos, en los que las gafas, las plantillas o la ortodoncia no son un esfuerzo familiar consciente, sino que se dan por sentado, junto a los jamones, las piscinas de entrenamiento en la planta baja, y los viajes a Japón para ver la floración de los cerezos cada año. Lo que marca la diferencia es cómo te recuperas de las contusiones de la caída, aunque en realidad los guindos no son muy altos. Si le haces el juego aspiracional y engrasas el sistema del capitalismo feroz, maltratando a las personas que trabajan para ti y contigo -ser el rey desnudo en una fiesta a la que no estás invitado-, o si creas un entorno de trabajo autosostenible que propicie un desarrollo social y personal de crecimiento humano. Estamos en el mes de los buenos propósitos, no digo más.

Crónicas del desempleo. El cuchillo del turrón