<img height="1" width="1" style="display:none" src="https://www.facebook.com/tr?id=621166132074194&amp;ev=PageView&amp;noscript=1">
viernes. 13.06.2025
MEMORIA DEL PALADAR

La taberna del fin del mundo, Bar Crespo

El bareto más insólito de Los Madriles.

Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna

 
Crespo, fachada e interior
Crespo, fachada e interior

Ubicado desde 1952 en la madrileña y tetuanera calle Naranjo, paralela a la avenida de Marqués de Viana, donde, desde 1920 hasta 2005, estuvo dominicalmente emplazado un rastrillo mítico, al que, a finales de los setenta, quien esto escribe y que a raro es difícil de ganar, acudía semanal y puntualmente para comprar discos de la egipcia Umm Kalzum, “el ruiseñor del Nilo” y de la libanesa Fairuz “la vecina de la Luna”. 

En aquella época nunca me acerqué por el Bar Crespo, porque, impelido por la rutina, el uso y la costumbre, siempre recalaba en la legendaria Casa Morán, sita en el centro del cogollo Benengeli del mercadillo, que servía vermú del bueno y en compaña de unas tajadas de bacalao rebozado que arrebataban los sentidos.

Jorge Crespo, uno de los últimos de su ya casi extinguida especie, que no sólo atiende las demandas de comercio y bebercio de sus parroquianos, sino que actúa como paciente psicólogo, escuchando cuitas y fábulas

En el retrechero Crespo trabajaron, durante décadas y con ímpetu y denuedo, la pareja formada por el tabernero Jorge Crespo senior y su esposa, la muy mañosa guisandera María de la Villa. No tardaron en sumarse al proyecto y faena los hijos, Isaac Crespo y el protagonista de esta gacetilla Jorge Crespo junior, quien, desde hace cinco años y en razón de jubilaciones y óbitos, le ha tocado ponerse al frente del negocio en solitario.

A comienzos de los sesenta Jorge junior ya ayudaba diligentemente en el bareto familiar, haciendo recados, colocando cascos vacíos en sus cajas, ordenando pedidos y, mal que le pesara, porteando barras de hielo que resbalaban y quemaban, que era un sinvivir de acarreo. No obstante, la familia no permitió que la educación se descuidara y el mozo terminó el bachillerato elemental, con su cuarto, su reválida y su canesú, para emprender estudios de maestría industrial en delineación. Mientras, compatibilizaba su formación académica con un trabajo de botones en una agencia de viajes, para sacarse unas perrillas.

Pero, finalmente, en 1974, mientras que en Portugal salía a la calle la Revolución de los Claveles y aquí Las Grecas vociferaban lo de Te estoy amando locamente, Jorge optó por ponerse detrás de la barra y vivir la camarería en plenitud.

Zipi y pinturas
Zipi y pinturas

Y pasó el tiempo, las lluvias intermitentes, las pertinaces sequías y el “no se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duro lo que vio, pues todo ha de pasar por tal manera”, hasta que hace un lustro, ya se dijo, se quedó sólo ante el peligro ante una clientela parroquiana que amalgama un bastante de la picaresca aperitiva del sevillano Patio de Monipodio y algunos jugosos pellizcos castizo-madrileñistas de la jaranera casa de Tócame Roque.

El local es pequeño, pero no peludo ni suave como Platero, sino castizo, genuino y tradicional, con, justo a la entrada, un chihuahua amable, distante y educado, que atiende por Zipi y mira con cánido desinterés dos copias de sendos cuadros de Francisco de Goya y Diego Velázquez que un día salieron de los pinceles del tío de Jorge, Severiano Crespo. En el centro, un didáctico botellero en escala, donde casi todo está a la venta y a precios de casi posguerra. A la derecha y justo antes de El Triunfo de Baco velazqueño, una espectacular y elegantísima saturadora, que carbonataba el agua para producir el inigualable seltz con que se bautizaban los vermuses.

Ahora lo que mas se bebe, además del cafelito mañanero con porras y churros, son botellines y cubatas. A considerable distancia, las cañitas que propugna la líder del procés independentista del Julián que tiés madre.

Ricard con banderillas y Tortilla de patas con chorizo con crema de bellota
Ricard con banderillas y
Tortilla de patas con chorizo
con crema de bellota

Típico y fetén del Bar Crespo son dos curiosas especialidades: las banderillas, donde se mezcla el sabor ácido del encurtido con el ligeramente picante de la guindilla, para maridar o divorciar con el golosón de un Ricard, espirituoso marsellés con base de regaliz y un toque de anisado; y la Tortilla biodinámica de chorizo que hubiera hecho las delicias del ocultista austriaco Rudolf Kraljevec, y que Jorge confecciona cotidianamente justo antes de despuntar el alba mientras miles de buitres callados van extendiendo sus alas, y que se suele acompañar de una dulzona crema de bellota extremeña que danza en el paladar con el picantillo untuoso del embutido.

Y por sobre todo y sobrevolándolo todo, Jorge Crespo, uno de los últimos de su ya casi extinguida especie, que no sólo atiende las demandas de comercio y bebercio de sus parroquianos, sino que actúa como paciente psicólogo, escuchando cuitas y fábulas, opinando flojito sobre lo que pudo haber sido y no fue de una clienta, dando ánimos a un varoncito desahuciado de la fortuna, aconsejando al dipsómano impenitente que se refugie en el domicilio conyugal que mejor será, anotando pacientemente en cuartillas las distintas fías de su clientela más agobiada, y sirviendo copeo con la misma gracia con la que lo hacía Juan de Eguía, el de La tabernera del puerto

Hasta no hace mucho, el concepto “ser de luz” me parecía una más de las inconsistentes burbujas que emergen de la patética sociedad líquida definida por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, pero he empezado a considerar que, si de verdad hay personas que “irradian una energía positiva, compasión, sabiduría y amor incondicional”, a la cabeza del pelotón debiera de estar Jorge Crespo.

Es muy del Real Madrid, pero cada vez se acerca afectivamente más al Palermo.

La taberna del fin del mundo, Bar Crespo