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Vicente I. Sánchez | @Snchez1Godotx
Cuando Henrik Ibsen estrenó Casa de muñecas en 1879 en el Teatro Real de Copenhague, lo hizo en una época en la que la mujer vivía bajo un fuerte control social, atrapada en roles de género tradicionales y sometida a las apariencias, algo común en toda Europa. Aunque Ibsen siempre negó que su obra tuviera un carácter feminista —en un famoso discurso que dio en 1898, con motivo de un banquete en su honor, afirmó: “No soy yo quien ha promovido la causa de las mujeres. No sé exactamente qué es eso. Para mí, lo importante es la causa del ser humano”— lo cierto es que estas palabras siguen generando debate. Y, tras ver Casa de muñecas, es inevitable preguntarse si no hay en ella una crítica profunda a la opresión femenina.
Nora, interpretada por una brillante María León, es claramente una mujer insatisfecha y oprimida por una sociedad que limita su crecimiento personal y le niega la posibilidad de tomar decisiones propias
Recordemos que la obra nos cuenta la historia de Nora Helmer, una mujer reprimida, tratada por su marido como un adorno y legalmente incapacitada incluso para solicitar un crédito sin la autorización de su esposo o tutor. La obra narra cómo, en apariencia, Nora vive en un matrimonio feliz, aunque esconde un secreto: ha cometido un acto ilegal con el fin de proteger a su esposo.
Este espíritu crítico ha sido recogido en la versión que puede verse en el Teatro Fernán Gómez de Madrid hasta el 22 de junio, con adaptación de Eduardo Galán y dirección de Lautaro Perotti. En esta versión, Nora, interpretada por una brillante María León, es claramente una mujer insatisfecha y oprimida por una sociedad que limita su crecimiento personal y le niega la posibilidad de tomar decisiones propias. León da vida a un personaje profundamente complejo, cuya opresión se manifiesta de forma más sutil y ambigua, pero no por ello menos contundente: una Nora vibrante, llena de fuerza, vitalidad y contradicciones.

Galán introduce cambios significativos en el texto original, como recortes que agilizan la obra y una ambientación contemporánea, con móviles e internet integrados en la puesta en escena. Uno de los cambios más relevantes es el motivo por el cual Nora comete su delito: ya no se trata de un simple crédito sin permiso, sino de un fraude mayor e inmoral, penado con cárcel, lo que eleva el nivel de conflicto y lo vuelve más difícil de justificar.
La obra aborda temas fundamentales como la identidad, la carga mental femenina, la conciliación y la renuncia personal. Son cuestiones plenamente vigentes que Galán y Perotti actualizan con sensibilidad y eficacia. Aunque el conflicto se desarrolla con delicadeza a lo largo de la obra, es en el acto final donde la crítica social se intensifica, con una resolución que parece precipitarse ligeramente, tal vez impulsada por la urgencia de lanzar un mensaje de denuncia.
La obra aborda temas fundamentales como la identidad, la carga mental femenina, la conciliación y la renuncia personal
A pesar de ello, la obra funciona muy bien gracias a la precisa dirección de Perotti y a un reparto de gran nivel. Junto a María León (Nora), destacan Santi Marín como Osvaldo Helmer, Patxi Freytez como Óscar, Pepa Gracia como Cristina Linde y Alejandro Bruni como el doctor Rank. Todos demuestran un gran dominio escénico, consiguiendo que el texto fluya con agilidad y dinamismo. En esto también juega un papel importante la escenografía de Lua Quiroga: minimalista, móvil y manipulada por los propios actores, permite que la trama avance sin interrupciones.
Casa de muñecas es, aún hoy, una obra que nos invita a cuestionar las reglas sociales y a reconocer las cárceles invisibles en las que muchas personas viven atrapadas. Eduardo Galán y Lautaro Perotti logran una adaptación actual que, sin traicionar el espíritu original, transmite un mensaje que sigue siendo profundamente valiente: es necesario romper las cadenas.
