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jueves. 12.06.2025
TRIBUNA NEGRA | MIGUEL ƁNGEL MANZANAS

Groenlandia, capital del suicidio

portada

Groenlandia, con una tasa de 83 suicidios anuales por 100.000 habitantes, ostenta la primera plaza mundial en lo que a suicidios se refiere, muy por encima de sus competidores directos, los referidos Lituania y Corea del Sur

Seguramente muchos de nosotros, ya sea en conversación informal, gracias a la televisión o por algún otro medio periodístico, hayamos oído hablar del gran problema que afecta a Japón en lo referente a la depresión y al suicidio de sus ciudadanos; menos sabido es que otra nación de su mismo continente, Corea del Sur, ostenta una tasa de suicidios bastante superior a la del país nipón.

Tampoco es muy conocido que Lituania, esa diminuta repĆŗblica bĆ”ltica que poco a poco comienza a hacerse un hueco en el panorama turĆ­stico europeo, ocupa la segunda posición en la trĆ”gica nómina del suicidio mundial. Y de lo que prĆ”cticamente nadie habla, lo que muy poca gente sabe, es que hay un remoto lugar en el planeta que se sitĆŗa la cabeza de esta macabra jerarquĆ­a de la muerte voluntaria, del abandono prematuro y deseado de la vida: hablamos de la isla mĆ”s grande del mundo, hablamos de Groenlandia. 

Ubicada entre el OcĆ©ano AtlĆ”ntico y el OcĆ©ano Glacial Ɓrtico, en la zona nororiental del continente americano, Groenlandia, cubierta de hielo en el 84% de su superficie, ha sido habitada de manera discontinua desde el III milenio a.C., cuando diferentes pueblos amerindios, paleo-esquimales e inuits –esta Ćŗltima constituye a dĆ­a de hoy la raza mayoritaria en la isla–  decidieron establecerse progresivamente en sus costas.

En el aƱo 982, el mĆ­tico marinero y explorador noruego Erik el Rojo expulsado de Islandia por la comisión de varios asesinatos, descubrió la isla, que bautizó, irónicamente y con el objetivo de atraer a posibles colonos, como ā€œGroenlandā€ o ā€œTierra Verdeā€.  En 1261, Groenlandia aceptó la soberanĆ­a noruega, la cual se prolongó hasta principios del siglo XV. En 1814 pasó a depender de la corona danesa; tras la nueva Constitución de Dinamarca en 1953, abandona su estatuto de colonia y se convierte en parte integrante del paĆ­s, obteniendo autonomĆ­a y gobierno propio en 1979. En 2008 dicho rĆ©gimen de autonomĆ­a fue ampliado, otorgĆ”ndose a Groenlandia el derecho de explotación de sus recursos petrolĆ­feros y el reconocimiento de su derecho de autodeterminación: aunque se presupone que a lo largo del siglo XXI obtendrĆ” la independencia, a dĆ­a de hoy sigue formando parte del Reino de Dinamarca a travĆ©s de lo que se conoce como Mancomunidad de la Corona.


Calle principal de Nuuk

Con poco mĆ”s de 60.000 habitantes, con su inimitable lengua groenlandesa y con la mayorĆ­a de su población concentrada en torno a la costa suroeste –donde se ubica Nuuk, su pintoresca capital–, Groenlandia, a lo largo del siglo XX, pasó de ser una comunidad basada en la pesca, en la caza de la foca, en los trineos y en los iglĆŗs, a convertirse en un protectorado danĆ©s, en una sociedad forzada a la industrialización y a las viviendas en bloque al estilo soviĆ©tico: sin duda muy lejos del estilo de vida agreste, salvaje y centrado en la pura supervivencia que imperaba en la isla antes de la colonización occidental. Pero la naturaleza, a pesar del bienintencionado esfuerzo danĆ©s, se termina imponiendo: como isla remota que es, resulta extremadamente complicado salir o entrar del paĆ­s, apenas existen carreteras salvo en las inmediaciones de las principales ciudades y, por supuesto, los rigores de la climatologĆ­a hacen estragos: meses de pura oscuridad se alternan con temporadas de luz implacable. No hay dĆ­a en invierno. Ni noche en verano.

Groenlandia, con una tasa de 83 suicidios anuales por 100.000 habitantes (117 en hombres y 45 en mujeres), ostenta la primera plaza mundial en lo que a suicidios se refiere, muy por encima de sus competidores directos, los referidos Lituania y Corea del Sur. SerĆ­a fĆ”cil pensar, no sin cierta lógica y en base a los datos de otros paĆ­ses escandinavos o ubicados en altas latitudes, que ese exceso de oscuridad, ese perĆ­odo de nula luz, constituye uno de los principales factores –junto con esa industrialización acelerada, segĆŗn muchos especialistas la causa primordial–, que explica el porquĆ© de tan alto deseo de abandonar el mundo prematuramente. Pero en Groenlandia resulta ser justo lo contrario: los meses del aƱo en los que el suicidio es mayor coinciden con los que conforman la Ć©poca estival. Tras casi tres meses de oscuridad, tras numerosos casos de melancolĆ­a y depresión entre sus habitantes, la inmensa isla se ve sumida en una Ć©poca de absoluta luminosidad, de dĆ­as sin fin, de noches sin noche: es entonces, a partir de junio, cuando una especie de furia se apodera de muchos groenlandeses, cuando el insomnio hace acto de presencia, cuando los niveles de serotonina se alteran estrepitosamente. AsĆ­ es. Pero la realidad, desde luego, no es tan simple.


Estadio Nacional de Groenlandia

Porque cualquier persona mínimamente avispada podría afirmar lo evidente: que esa luz y esa oscuridad persistentes y alternas han existido en la isla desde el principio de los tiempos. De hecho, el suicidio en Groenlandia era un fenómeno infrecuente hasta 1970, momento en el que comenzó a crecer radicalmente, tanto así que, en 1986, se convirtió en la principal causa de muerte en la isla: fue mÔs o menos por aquel entonces cuando las autoridades percibieron que se enfrentaban a un problema de considerable magnitud. Por otra parte, el personal sanitario y los agentes sociales dedicados a investigar el asunto y a tratar de reducir este elevado índice se toparon con una realidad completamente distinta a la conocida hasta la fecha: si bien en el resto del mundo acostumbran a ser las personas de mediana o avanzada edad las que mayoritariamente deciden acometer el acto del suicidio, aquí se da justamente el fenómeno opuesto, siendo los varones de entre 15 y 25 años el colectivo mÔs proclive a suicidarse.

AdemÔs, mientras que en otros países el suicidio no suele llegar a concretarse, quedÔndose en la categoría de tentativa en cuatro de cada cinco ocasiones, en Groenlandia ocurre justo lo contrario, debido a los métodos violentos y definitivos que emplean sus gentes: alrededor del 45% opta por la vía del ahorcamiento, mientras que un 37% se decanta por el uso de armas de fuego, fÔciles de obtener gracias a la gran presencia que tiene la caza en la vida de los groenlandeses. Pero estos factores no son, desde luego, los únicos que convierten a Groenlandia en la capital mundial del suicidio: otras razones como el elevado índice de alcoholismo de su población, el abuso sexual, el incesto, la disfuncionalidad familiar, el aislamiento físico, el desempleo o la pobreza también suelen ser esgrimidas por los especialistas en el tema. En todo caso, ¿por qué se ceba principalmente con los jóvenes? ¿Qué es lo que marca de modo tan dramÔtico a la juventud groenlandesa?


Vista aƩrea de Ilulissat, tercera ciudad de la isla

La respuesta no es trivial, pero la mayorĆ­a de los expertos en la materia coinciden en referir el insondable abismo que existe entre el austero modo de vida de sus padres y abuelos –personas de conciencia rural y conservadora dedicadas a luchar un dĆ­a tras otro por la supervivencia y el alimento– y el suyo propio, mucho mĆ”s cómodo, moderno y urbanizado pero a la vez altamente frustrante, siempre a caballo entre la cantidad ingente de información sobre ese otro mundo idĆ­lico y perfecto que reciben a travĆ©s de la televisión o de Internet y la conciencia de haber nacido en un lugar tan limitado y remoto.

Gracias a Facebook, sin embargo, conseguĆ­ ar –aleatoriamente y tras ser ignorados por no pocos internautas– con el joven groenlandĆ©s de 25 aƱos Palle Lange, vecino de Ilulissat, quien con gran amabilidad se prestó a responder a mis incómodas preguntas, en una intensa conversación que acabó convirtiĆ©ndose en un turbador y nostĆ”lgico monólogo: ā€œDos personas de mi entorno mĆ”s próximo se suicidaron. La primera vez, una amiga mĆ­a. Apenas tenĆ­a 15 o 16 aƱos. Acabó por cansarse de que se metieran con ella: la gente se mofaba de su modo de vestir, la llamaban puta, incluso varias personas llegaron a escupirle en la cara mientras paseaba. Era una chica bastante alegre, pero no fue capaz de soportar tanta burla; Groenlandia es, sin duda, un territorio hostil con sus propios habitantes. AsĆ­ que ingirió una sobredosis de medicamentos: llegó viva al hospital, pero lamentablemente no pudieron salvarlaā€. El segundo de los suicidas, segĆŗn nos relata Palle, era su mejor amigo: ā€œFue hace tres o cuatro aƱos; Ć©l tenĆ­a 19. A todos nos sorprendió: tenĆ­a sus altibajos, pero era un chico activo y aparentemente feliz, y acababa de tener una hija con mi hermana. Ese dĆ­a habĆ­a bebido mucho; sĆŗbitamente, y sin aparente motivo, se disparó en el pecho. Estoy seguro de que, si hubiera sobrevivido, no habrĆ­a siquiera recordado lo que pasĆ³ā€.


Luz @Reuters

Sea como fuere, lo mĆ”s importante es que, gracias a personas conscientes como Palle, la sociedad groenlandesa empieza a despertar, a percibir que se enfrenta a un complejo problema social que debe ser combatido desde varios flancos: los colegios empiezan a contratar expertos capaces de detectar tendencias suicidas entre sus alumnos; el fomento del deporte en escuelas y clubes, por su parte, estĆ” contribuyendo a paliar esa soledad y esa sensación de no pertenencia que tan malas consecuencias ha demostrado tener entre los jóvenes. En colaboración con Dinamarca y otros paĆ­ses escandinavos, se celebran simposios periódicos de carĆ”cter cientĆ­fico para analizar el problema desde una rigurosa vertiente sanitaria. Algunas asociaciones, en colaboración con el gobierno groenlandĆ©s, estĆ”n llevando a cabo diferentes terapias de grupo, a la par que proyectan documentales donde se trata de enfocar el problema de la depresión juvenil desde una óptica sencilla pero eficiente. Pero lo mĆ”s llamativo, lo mĆ”s visible, acaso sea ese omnipresente y directĆ­simo mensaje que se repite en las fachadas de los colegios, en las marquesinas de los autobuses o en los tablones de las carreteras, haciendo referencia a una lĆ­nea telefónica pĆŗblica de prevención del suicidio: ā€œLlamar es gratis. Nadie estĆ” solo. No te escondas detrĆ”s de tus oscuros pensamientos. LlĆ”manosā€. El tiempo dirĆ” si este conjunto de medidas surte efecto o si, por el contrario, sus habitantes seguirĆ”n entregĆ”ndose como hasta ahora a la llamada impostora y fatĆ­dica de la luz.

Groenlandia, capital del suicidio