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jueves. 12.06.2025
TRIBUNA DE OPINIÓN

Todos contra todos

La guerra comienza cuando quien la inicia cree que tiene poder suficiente para ganarla.
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Pixabay

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La principal razĂłn de una guerra es que el que la desata cree que la puede ganar. Esto, que suena y es tan primario, es lo primero que hay que tener en cuenta para examinar la guerra de todos contra todos que han desencadenado en el planeta no solo Donald Trump, sino toda la caterva de fanáticos que lo acompaña, desde Isabel DĂ­az Ayuso. Todos ellos se han situado en la perspectiva de quien tiene poder para provocar una furiosa batalla que, simplemente, esperan ganar. 

Pero la paradoja de este nuevo poder destructor apoyado en la fuerza es que se ha construido sobre los dĂ©biles. Trabajadores de industrias en receso que creen que la culpa de sus bajos ingresos la tiene el comercio con el extranjero, y no el reparto del producto de su trabajo, que hace rico al CEO de su empresa mientras ellos pelean por subidas salariales del 1%. Inmigrantes que despuĂ©s de lograr asentarse en el paĂ­s al que fueron a buscar su futuro piensan que la manera de salvaguardarlo es que no vengan más, que el paraĂ­so sea solo para ellos. Nativos de los paĂ­ses de acogida que sufren en sus barrios las dificultades de asimilaciĂłn de sus nuevos vecinos y culpan de ellas a los gobiernos en vez de a las ciegas leyes de un mercado que los expulsa, a ellos y a los reciĂ©n llegados, a las periferias de unas ciudades abandonadas por las polĂ­ticas darwinianas de los nuevos profetas. 

La paradoja de este nuevo poder destructor apoyado en la fuerza es que se ha construido sobre los débiles

Los millones de personas en todo el mundo que despuĂ©s de la Gran RecesiĂłn atendieron el grito de “sálvese quien pueda” no quieren darse cuenta de que el grito lo lanza precisamente quien puede, de que los gritos insolidarios nunca vienen de la base social, sino de su cĂşspide. Acosados por una realidad hostil, que necesita cambios, y cambios profundos, optan por refugiarse en medios y pseudomedios de comunicaciĂłn que ya no transmiten informaciĂłn sino propaganda, y en unas redes sociales convertidas en escenario bĂ©lico, por las que transitan unos fantasmagĂłricos y victoriosos tercios de Flandes que nada tienen que ver con los harapientos soldados que, en la realidad, perdieron batalla tras batalla de una guerra tan inĂştil como todas, y sentaron las bases de este imaginario Ă©pico y ridĂ­culo que regresa una y otra vez. 

De la ruina solo nos salvará volver a poner pies en la realidad, aceptar que no tiene que ser tan brillante como las infografías cibernéticas de los cuentacuentos, pero es mejorable si volvemos a ideas fundamentales: justicia, reparto de la riqueza, reparto de las cargas para que dejen de caer sobre los hombros de los más débiles, unos servicios públicos en los que confiar. Un país de todos, y no de los profetas de un pasado que jamás existió y un futuro indigno de tal nombre.

Todos contra todos