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lunes. 09.06.2025
TRIBUNA POLÍTICA

El sabotaje no está en las vías del AVE (cuando la oposición dinamita el sistema)

El verdadero sabotaje es el que se perpetra contra el sistema democrático desde los platós y los mítines, hasta en los escaños del Congreso. 

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Una avería en los trenes de alta velocidad. Un apagón eléctrico de causas aún desconocidas. Un incendio. Una protesta del campo. Una decisión judicial. Da igual el hecho, la magnitud o la causa: para la derecha y la ultraderecha, todo lo malo que ocurre en España tiene un culpable predeterminado y único: Pedro Sánchez.

Convertida en un aparato de oposición no institucional, la derecha española ha abandonado hace tiempo el debate político para abrazar la confrontación total. No se limitan a criticar decisiones del Ejecutivo y han pasado a cuestionar su legitimidad misma, su derecho a existir. Desde la llegada del Gobierno de coalición que preside Pedro Sánchez, el Partido Popular y Vox han construido un relato permanente de país en ruina, alimentado a base de hipérboles, insultos y desinformación. Es la política del “cuanto peor, mejor”, cuyo objetivo no es ganar elecciones, sino erosionar la confianza ciudadana en las instituciones.

Un robo quirúrgico, técnicamente sofisticado, con un botín ridículo que difícilmente se explica como simple vandalismo

La última expresión de esta estrategia ha sido el sabotaje a la línea AVE Madrid-Sevilla. Un robo quirúrgico, técnicamente sofisticado, con un botín ridículo —1.500 euros en cable— que difícilmente se explica como simple vandalismo. Aun así, en lugar de esperar a los resultados de la investigación, la oposición se abalanzó con declaraciones incendiarias tildando al ministro del Interior de «incompetente» y al de Transportes, de «bufón peligroso» en base a una estrategia que para nada busca explicaciones sino sólo culpables políticos. Si nos ceñimos a los hechos, es fácil constatar que España no vive en el caos que proclama la oposición. Los servicios públicos funcionan, las instituciones responden y, pese a la polarización, el país avanza. 

El único y verdadero caos es fácil encontrarlo en el discurso de quienes quieren hacer creer lo contrario. Porque lo que la derecha está intentando recrear es un clima de inestabilidad institucional que, así de entrada, me acaba de recordar —Dios nos libre— al alborotado Chile de antes del golpe de Estado contra Allende, o más recientemente a Brasil o Hungría.

Esta escalada no es gratuita ni nueva. El PP, lejos de marcar distancia con Vox, ha asumido su marco ideológico. Ha olvidado que su propio historial de gestión está plagado de sombras como el desastre del Prestige, el caso Yak-42, la pésima gestión del Mar Menor o el abandono de ancianos en residencias durante la pandemia en Madrid. Y aún podríamos añadir más si recordamos las cloacas del Estado con Villarejo y otros agentes que como él operaron al margen de la legalidad para mantener el poder y desacreditar a sus adversarios.

Da igual el hecho, la magnitud o la causa: para la derecha y la ultraderecha, todo lo malo que ocurre en España tiene un culpable predeterminado y único

El uso sistemático del lawfare —judicialización de la política y filtraciones interesadas a medios—, la manipulación informativa tras el 11-M, la instrumentalización de los cuerpos de seguridad o la cobertura mediática a bulos son solo algunos ejemplos de esta deriva en la que los grandes medios conservadores actúan como altavoces de esta estrategia que pone a España en el borde del colapso, cuando los datos muestran lo contrario.

Aunque, puestos a profundizar, tal vez lo más preocupante no sea la virulencia del ataque sino su normalización cuando, por ejemplo, se insulta a ministros en sede parlamentaria, se grita traidor al presidente en actos institucionales, y se banalizan conceptos como la restauración de una dictadura” al tiempo que se difunde la idea de que el único gobierno legítimo es el de la derecha. 

La estrategia de deslegitimación permanente es un veneno lento que carcome los pilares de la convivencia democrática

Frente a esto, es imperativo recordar que la democracia no solo se defiende en las urnas, sino también en el lenguaje, en el respeto institucional, en la cultura del pacto y en el reconocimiento del otro como adversario y no como enemigo. La estrategia de deslegitimación permanente es un veneno lento que carcome los pilares de la convivencia democrática.

España no necesita gritos ni trincheras sino sólo responsabilidad política, sentido de Estado y una oposición que fiscalice, sí, pero que no sabotee. Porque el verdadero sabotaje no es el de un cable en las vías. El verdadero sabotaje es el que se perpetra contra el sistema democrático desde los platós y los mítines, hasta en los escaños del Congreso. 

El sabotaje no está en las vías del AVE (cuando la oposición dinamita el sistema)