
Blog del autor "Al margen" | Hoy no escribirĆ© de poetas, ni de pugnas estĆ©ticas, ni de crĆticas o contracrĆticas. EscribirĆ© de dos seres entraƱables. De un hombre y de una mujer, Luis Javier Benavides y Dolores GonzĆ”lez Ruiz, que ocuparon un lugar en el paisaje contradictorio de mi primera juventud. QuizĆ” escribiendo de ellos escriba, en parte, de muchos de nosotros. A ellos les dejo, como muestra de los mĆ”s nobles sentimientos que compartimos, los cantuesos en flor de la fotografĆa.
Luis Javier. Lola. Dos nombres grabados a fuego en mi memoria mĆ”s Ćntima, en las pĆ”ginas quizĆ” mĆ”s doloridas e inexplicables de mi biografĆa. Al leer en los diarios la esquela conmemorativa del aniversario de la matanza de Atocha, no he podido sustraerme a la evocación de las horas vividas aquella noche. Lola GonzĆ”lez Ruiz, Luis Javier Benavides. Dos identidades. Dos rostros que difumina el tiempo, que aĆŗn es posible contemplar en las fotografĆas de los archivos periodĆsticos de la Ć©poca. Lola vive (desde aquĆ mi abrazo, mi cariƱo, mi solidaridad), creo, en algĆŗn lugar de Cantabria. Luis Javier, no. Los dos fueron acribillados a balazos por pistoleros fascistas aquella noche del 24 de enero de 1977. Lola se salvó de milagro. Luis Javier nos fue arrancado de la vida en plena juventud. De Ć©l recuerdo su condición de abogado de la Asociación de Vecinos "La Unión de Hortaleza", su presencia incansable, optimista y alegre, en las primeras asambleas del barrio, su trenka de paƱo oscuro, sus jerseys de punto y su mirada confiada, directa, llena de la convicción que, seguro, le aportaba saber que estaba construyendo con todos nosotros, hijos de la UVA de Hortaleza y de la derrota de casi cuarenta aƱos antes, una realidad que iba a acabar con el franquismo. Lo recuerdo en un seiscientos destartalado, con la carrera reciĆ©n acabada, pertrechado con una enorme carpeta en la que guardaba los sueƱos y las luchas de tantos de nosotros. En aquel seiscientos, E., que conocĆa los barrios del distrito, lo acompaƱaba a impartir charlas (entonces no se llamaban conferencias) a grupos de parados, a vecinos que pretendĆan organizarse para reclamar viviendas dignas y libertad. De Canillas a Villa Rosa, del barrio de San Lorenzo al de Santa MarĆa, de Las CĆ”rcavas a Manoteras, entonces nucleos urbanos de un territorio de calles embarradas, sin apenas iluminación, sin transporte pĆŗblico que los enlazara con los tranvĆas de Arturo Soria o sólo con achacosas camionetas, barrios que lindaban con el campo, con la vĆa del ferrocarril, con viejos olivares, huertas y alamedas... En aquel seiscientos -al que no le cerraba una de las ventanillas, me ha recordado E.- hizo cientos de kilómetros y conoció una realidad muy alejada del mundo universitario que habĆa dejado atrĆ”s y de la familia acomodada, de formación católica, de la que procedĆa.
Luis Javier se hizo parte de nosotros y de nuestra lucha. Hasta que aquella noche, de frĆo y de tinieblas, recibimos en casa (domicilio de reciĆ©n casados progresistas y demasiado jóvenes, con reproducción del Guernica en un salón que olĆa a tabaco de pipa y a esperanza) una llamada telefónica: Luis Javier, con otros cuatro compaƱeros de despacho, habĆa sido asesinado por una banda de pistoleros fascistas. Y fue el miedo, y la incertidumbre, y los sollozos, y la bĆŗsqueda de un lugar donde reunirnos donde no pudieran llegar quienes, temĆamos, podĆan estar sembrando el horror (todavĆa mayor) en la noche de enero de la ciudad callada. Recordar a Luis Javier Benavides es poner en valor el inmenso cargamento de sueƱos, de entrega, de amor (sĆ de amor), de pasión y de empeƱo solidario que tantos hombres y mujeres, desde la mĆ”s temprana juventud, pusieron en la difĆcil tarea de construir la democracia.
Mi recuerdo de Lola GonzĆ”lez Ruiz es diferente. Ella sobrevivió: recibió un disparo (quizĆ” alguno mĆ”s) entre el final de la mandĆbula y el cuello y, aunque tardó mucho tiempo en recuperarse, compartimos durante dos o tres aƱos trabajo y dedicaciones en favor de un urbanismo solidario, redistributivo, en la sexta planta de la sede provincial del PCE, calle de Campomanes, Madrid central y adoquinado, dĆas interminables que se colaban en las noches (y a veces en la madrugada) avivando en nosotros sueƱos que, tiempo mĆ”s tarde, se mostrarĆan precarios, imposibles casi. Entonces, ella batallaba contra una depresión tenaz, implacable, hija de la noche de asesinatos y de una circunstancia de las que acaban emocional y psicológicamente con el mĆ”s fuerte de los seres humanos: Lola era la novia de Enrique Ruano, el estudiante de Derecho al que agentes de la temida brigada polĆtico-social arrojaron por la ventana de un tercer piso un fatĆdico dĆa de 1969 y, terrible destino, se habĆa casado, aƱos despuĆ©s, con Francisco Javier Sauquillo, uno de los asesinados aquella noche del 24 de enero de 1977. No la conocĆa de antes, pero la recuerdo trabajando sin parar por un Madrid mejor y caminando de un despacho a otro por el interminable pasillo, surcado de grabados de Pepe Ortega, de AgustĆn Ibarrola, de Saura, de Zamorano, de GenovĆ©s, de la sexta planta de la calle Campomanes llevando en la mirada la tristeza infinita de la muerte de dos seres tan queridos y del terror vivido ante unos pistoleros. Deseo que haya sido (y sea) feliz en Cantabria, que todavĆa mantenga aquel entusiasmo difĆcil tras su dramĆ”tica experiencia y que la vida, al fin, la haya recompensado de tanto dolor.
Luis Javier hubiera sido, con tada seguridad, uno de los artĆfices del Madrid democrĆ”tico que se forjó bajo la alcaldĆa de Tierno GalvĆ”n y habrĆa vivido con nosotros la construcción, no por precaria menos importante, de parte de la realidad que con tanta pasión imaginamos. Hoy serĆa un sesentón cercano, inteligente, quizĆ” apuesto, firme en sus convicciones y lleno de sensibilidad hacia las carencias de una sociedad injusta. Al menos, asĆ me gusta imaginarlo.
Dos nombres. Un hombre y una mujer que han vuelto a mĆ en estas horas de recapitulación sobre aquella terrible experiencia. Ćntima. y, por supuesto, colectiva. Quede aquĆ esta gavilla de recuerdos que nunca aparecerĆ”n en los periódicos. Ni en la pantalla del televisor.
Un Ćntimo compromiso literario
A propósito de lo hasta aquĆ escrito: con la literatura, que es tambiĆ©n instrumento de la memoria (que a veces la salva y a veces la traiciona), y con la gente a la que quiero, incluso con la que no quiero, tengo una deuda personal, Ćntima. No es otra que el compromiso de escribir la novela de quienes nacimos en los cincuenta, vivimos los estertores de la dictadura y nos dejamos alegrĆas, lĆ”grimas, esperanzas, erotismo, sueƱos, intereses personales y decepciones en un tiempo de transición que a veces se edulcora, pero que no sólo estuvo marcado por la alegrĆa, sino, digĆ”moslo con palabras de un hermano mayor de aquellos aƱos, Diego JesĆŗs JimĆ©nez, "lleno de incertidumbre y de sollozos". Aspectos, trazos, rĆ”fagas quizĆ” de esa memoria, quedaron en mis novelas Los filos de la noche y Una mirada oblicua, tambiĆ©n en Verano. Pero sólo son realidades parciales. Mi compromiso Ćntimo es su aprehensión global, su reconstrucción literario-emocional desde la mirada del adolescente que vivió aquellos aƱos y que fue joven, maduro y postmaduro en las dĆ©cadas posteriores y en el nucleo duro del compromiso social y polĆtico,del desprendimiento, de la confianza ciega en un mundo mejor. Esa novela, a la que quizĆ” quepa denominar "de la transición", estĆ”, todavĆa, por escribir. ConfĆo en hacerlo algĆŗn dĆa.