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sábado. 07.06.2025
GENOCIDIO EN GAZA

Israel y el nuevo orden mundial

En Palestina, Israel está ensayando el nuevo orden mundial, un orden en el que el poderoso machaca al que no lo es, en el que no existe la piedad, la compasión ni la empatía.
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© UNRWA Muchos habitantes de Gaza viven en refugios provisionales tras la destrucción de sus hogares (*).

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Hace años que Naomi Klein elaboró la doctrina del shock, una doctrina basada en lo que estaba pasando y en lo que pasará, pero no nueva, puesto que la mayoría de sus postulados fueron puestos en práctica por los nazis en los años treinta y cuarenta del siglo XX. Si la policía detiene a una familia, la tortura y esparce sus restos por un acantilado, el descubrimiento de tales hechos causaría espanto a la mayoría de la población y obligaría a las autoridades a abrir una investigación en la que se llegase hasta las últimas consecuencias. Sin embargo, si llevas año y medio matando a miles de personas, a familias enteras, a personal de Naciones Unidas y de organizaciones humanitarias, si has quemado vivos a niños, si has sido capaz de destruir hasta la última vivienda y nadie te ha hecho ponerte de rodillas para esposarte y llevarte ante los tribunales, si la atrocidad se convierte en algo cotidiano, el alma humana, de la mayoría de los humanos termina por ver esas imágenes, por leer esas informaciones como si fuesen parte de una película o de un libro, es decir ficción, o en el peor de los casos, algo que no se puede remediar y que mientras no nos afecte directamente a nosotros bueno está.

Han sucedido muchas barbaridades, tantas que sería imposible contarlas todas en el más interminable de los libros, desde el atentado de Hamás que mató a más de mil israelitas hasta las últimas matanzas sucedidas en los centros privados de reparto de víveres, donde vuelven a vejar a los palestinos como si fuesen el peor de los virus. Empero, dentro de la costumbre, de esa monstruosidad que es aceptar lo inaceptable, vivir contemplando uno de los mayores genocidios de nuestro tiempo sin mover un dedo, hay cosas que todavía te hacen estremecer, sentir que hemos regresado a los tiempos más oscuros de nuestra historia, que ha comenzado una era en la que estamos en peligro todos aquellos no dispuestos a guardar el debido silencio o asentir. El otro día leí que una médica palestina acudía, como todos los días, al hospital en ruinas donde trataba de ayudar a sobrevivir a los miles de heridos que cada día ingresaban entre los escombros. Allí no hay jeringuillas, no hay goteros, no hay anestesia, no hay asepsia, hay suciedad, dolor, grito, carne rota y unos seres maravillosos que pese a las bombas siguen intentando calmar el sufrimiento de sus semejantes con lo que tienen a mano. Una mañana, tras una incursión de la aviación israelí, comenzaron a llegar más heridos de lo habitual. Ella se encontraba en un pasillo, recibiendo a los nuevos mutilados, a los muertos, a los que exhalaban su último suspiro. No tenía miedo, estaba curada de espantos, ¿qué más podía pasar? No basta con haber visto el mayor de los desastres para que el hombre que ha dejado de ser humano sea capaz de bajar un escalón más, incluso todo un tramo de escalera. En una de esas sacudidas, entre gritos, sangre y polvo, entre pitidos de coche y el temblor provocado por el vuelo rasante de los bombarderos, la doctora Alaa Al-Najjar vio como entraban nueve de sus diez hijos en camilla, empujados por la multitud, ninguno vivo, todos aniquilados por los hombres que dejaron de serlo desde el mismo momento en que consideraron que asesinar palestinos era un deporte. Hay familias que han perdido a treinta , donde no quedan ni primos, ni tíos, ni abuelos, nadie, borrados como si hubiese dicho Jahvé que se había equivocado, que esa estirpe, que esas familias tendrían que ser destruidas sin dejar rastro de ellas. Sólo esa ley, la que comunicó Moisés a los israelitas en la zarza, la ley de un dios inmisericorde, cruel hasta lo inabarcable justifica lo que está pasando en aquellas tierras que algunos llaman santas cuando llevan más de tres mil años en el terror.

En Palestina, Israel está ensayando el nuevo orden mundial, un orden en el que el poderoso machaca al que no lo es, en el que no existe la piedad, la compasión ni la empatía

Israel es una prolongación de Estados Unidos. Creación inglesa con el apoyo de unas Naciones Unidas recién fundadas que obligaban también a respetar al estado palestino, ninguna de las barbaridades que ha cometido habría sido posible sin el apoyo y el suministro de armas y pertrechos de la nación más poderosa, las de ahora, que son las más brutales de su corta historia, tampoco. En Palestina, Israel está ensayando el nuevo orden mundial, un orden en el que el poderoso machaca al que no lo es, en el que no existe la piedad, la compasión ni la empatía, un orden en el que los derechos humanos consagrados por Naciones Unidas son papel mojado, incluso indican lo contrario de lo que se debe hacer. Se detiene sin mandato judicial, se asesina masivamente sin que haya existido ningún tipo de juicio ni haya ley que respalde el crimen, se destruyen las viviendas, las propiedades y los víveres de civiles que corren despavoridos de norte a sur y de este a oeste, se violan mujeres en el anonimato, se tortura en cualquier punto de la Franja o de Cisjordania, se mata sin mesura. No existe ningún tipo de garantía para el detenido arbitrariamente, nadie sabe lo que sucede en comisarias, cárceles y centros de detención porque nadie desde dentro es capaz de denunciar nada. El silencio, la omertá y la complicidad han convertido a aquel pedazo desgraciado de tierra en el mayor campo de concentración que haya existido jamás.

Pero no sólo han prescindido de cualquier consideración a los derechos humanos más elementales, al derecho a la vida, a la integridad física, al amor, allí en la antigua Palestina aniquilada por Israel se está acabando definitivamente con el orden salido de la Conferencia de San Francisco, con el Derecho Internacional, con el Derecho Humanitario, con el respeto a los convenios internacionales, con la diplomacia y con las reglas básicas sobre las que se asienta la democracia en cualquier país del mundo, fuera de las cuales sólo queda la tiranía. En ese sentido, la tibieza de la Unión Europea no es sino complicidad ante la voladura de los valores fundamentales que estuvieron en la raíz misma de su origen como entidad supranacional. Lo que está haciendo Israel en Gaza y Cisjordania es la muerte del derecho, por tanto el asesinato de la libertad, la justicia y la democracia. Convendría a las naciones civilizadas, si las hay todavía, pararse a considerar lo que está sucediendo, promover acuerdos entre los principales partidos para revitalizar la democracia, los derechos humanos, para poner un dique al nuevo orden mundial que se ensaya en Gaza, El Salvador de Bukele y Estados Unidos, puesto que ese orden es el mayor de los desórdenes, el reino del desafuero, la arbitrariedad y la muerte de todos los principios que la Humanidad ha creado a lo largo de los siglos para mejorarnos como personas, como individuos y como de una sociedad justa.

(*) © UNRWA
 

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