Fuera máscaras
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Las máscaras han caído. En menos de un mes. Las máscaras han caído, y quienes parecían mostrar semejanzas con los peores fantasmas del pasado han mostrado en público su identidad con ellos. Igual que los nazis del siglo XX prohibieron por ley comprar en los comercios de los judíos, los del XXI acaban de prohibir que el Estado compre a proveedores que practiquen políticas de diversidad e igualdad de género. No ha ocurrido en una película de marcianos, sino en los Estados Unidos de América. Ya son dos las personas cercanas, muy cercanas, al primer mandatario de ese país que han hecho en público el saludo nazi. Las máscaras se caen. Han caído ya.
Si ya fue un grave error -y hubo quien lo cometió- pensar que las cosas no llegarían tan lejos, sería un grave error pensar que todo esto no ha ocurrido aquí, sino al otro lado del Atlántico. Porque a las ceremonias de glorificación que se suceden ahora mismo en Washington acuden representantes españoles, concretamente el señor Abascal, que vocifera en público que la culpa de la guerra contra Ucrania la tiene Ucrania, que los aranceles que se van a imponer sin motivo a los productos españoles están muy bien y que apoya sin reservas a la cofradía del brazo en alto.
Las máscaras han caído, y nos enfrentamos al poder descarnado. Parece evidente que aquí no contaremos con la derecha entre las filas de los demócratas
Pero sería otro error pensar que eso sucede en un rincón del espectro político, no solo porque hablamos de la tercera fuerza política de este país, sino porque esa fuerza gobierna en numerosos ayuntamientos de la mano del Partido Popular, y a su vez el Partido Popular gobierna de su mano en numerosas comunidades, como ha quedado de manifiesto esta misma semana con el vergonzoso apoyo de Vox -vergonzoso por aceptado- recibido por Carlos Mazón en las Cortes valencianas. No está ocurriendo a la puerta de casa, está ocurriendo en casa. Esto es lo que se vota en Alemania este domingo, esto es lo que se va a votar aquí dentro de dos años.
Cuando llegue ese momento, se acusará a los que adviertan del peligro mortal en el que estamos de promover el voto del miedo, pero lo que estarán haciendo no será otra cosa que señalar a ese brazo en alto que ya no sale en los documentales sino en los telediarios.
La pregunta que importa es: ¿aún es posible minusvalorar los acontecimientos, cuando una persona carente de toda autoridad moral se atreve a decir en sede parlamentaria que reclamar justicia por miles de muertos es hablar de las mismas mierdas de siempre?
Las máscaras han caído, y nos enfrentamos al poder descarnado. Parece evidente que aquí no contaremos con la derecha entre las filas de los demócratas. Será muy necesario que los que sí lo son sepan bien lo que hacen. Después de muchos años, volvemos a correr lo que se llama un riesgo existencial.