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“Bésame el culo”, es la frase favorita de Bart Simpson. Con Trump se ha convertido en un icono del capitalismo tardío. Ya no hay espacio para la poesía ni las catedrales góticas. Una vez le preguntaron al poeta alemán Heinrich Heine por qué los hombres ya no construyen catedrales. “La gente de aquellos tiempos tenía convicciones –contestó-; nosotros los modernos sólo tenemos opiniones. Y se necesita algo más que una simple opinión para erigir una catedral gótica”. Después de la caída del Muro de Berlín, el capitalismo no necesitaba predicados, era perentorio sin ningún tipo de cortapisas alzaprimar sus objetivos más elementales y primarios sin hacer concesiones y que se sustanciaba en erradicar su único gran escollo estructural que ya había planteado Ronald Reagan cuando afirmaba que el problema consistía en que los ricos no eran lo suficientemente ricos y los pobres no eran lo suficientemente pobres.
La gran obra de prestidigitación política y social ha consistido en convencer a los que no son lo suficientemente pobres para que crean que sus intereses están en apoyar a los que no son lo suficientemente ricos. ¿Cómo se ha conseguido esto? Pues deshuesando toda ideología, valores y sentido común que supusiera una emancipación política y social de las clases populares creando una caliginosa confusión intelectual que presentara hechos tan fundamentales para una comprensión identitaria de las mayorías sociales como la conciencia de clase, el sujeto histórico, los ideales de igualdad y solidaridad como elementos perniciosos o demodé.
Una vez que amplias capas de la población son capaces de votar contra sus propios intereses todo está permitido. No hay perversión democrática mayor
Ya lo advirtió Trump: “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos.” Una vez que amplias capas de la población son capaces de votar contra sus propios intereses todo está permitido. No hay perversión democrática mayor. Y en este contexto, Warren Buffet pudo afirmar: “hay una guerra de clases y la estamos ganando los ricos.” El mundo, definitivamente, estaba hecho para la felicidad de unos pocos. Incluso algunos líderes de izquierda, como Felipe González, optaban por alternativas absurdas en favor del caos capitalista cuando prefería morir apuñalado en el metro de Nueva York que de aburrimiento en las seguras calles de Moscú.
El poder del dinero se ha encargado de anestesiar cualquier principio que pudiera anteponerse a su imperante influencia. Decir que las ideologías resbalan sobre la sociedad, que la dejan intacta, que son expectoradas por ella, ha sido una trampa de la ideología más ingeniosa de todas, la ideología de la no-ideología. Es un intento de convertir en flatus vocis cualquier consideración política, metafísica o ética como orientación de la vida social y que los ciudadanos no descubran, en palabras de Ezra Pound, que esclavo es aquel que espera por alguien que venga y lo libere. La estrategia de las élites económicas-financieras es arrojar a las mayorías sociales a la necesidad, necesidad material y la necesidad que surge de la carencia de alternativas. Nuestra vida, según Ortega, es en todo instante y antes que nada conciencia de lo que nos es posible. Si en cada momento no tuviéramos delante más de una sola posibilidad, estaríamos en el contexto del mundo unidimensional de Marcuse, para el cual, tanto los medios de comunicación como las industrias culturales socializan los valores del sistema dominante y ahogan el pensamiento crítico, creando un escenario cultural unidimensional, que propicia un pensamiento único y condiciona la conducta del individuo en la sociedad, bajo la apariencia de una conciencia feliz.
Los millonarios en el poder no conciben otra alternativa que la felicidad de besarles el culo por parte de unas mayorías sociales que creen que sus intereses son el de aquellos que les niegan el pan y la sal.